Como parte de mi transición completa a señora, y en ocasión de Black Friday, otra de las tradiciones yankees que ha logrado colarse en España en los últimos años, me compré una air fryer. Y aunque podría alegar una cantidad infinita de razones para justificar la compra, solo bastó un objeto como detonante: hacer tequeños en mi casa. Es el motivo principal de la decisión de compra, y en mi opinión el único que necesito. El tequeño es el patrimonio cultural gastronómico de Venezuela más importante.
Lo primero que me gustaría aclarar, antes de que me ataquen los puristas, es que soy consciente que no es lo mismo un tequeño hecho a mano y frito como dios manda que comprarse la caja de tequeños de Mercadona y hacerlos en la freidora de aire. Pero hay que saber elegir en esta vida los momentos para el primero, y para el resto de los antojos está lo segundo, que ni tan mal.
La arepa es por excelencia el plato reconocido a nivel internacional, y esto es difícil de discutir. Ciudad a donde vayas en el mundo, existe un Venezolano, exiliado y nostálgico, que juntó sus cuatro lochas para montar una arepera. Desde Noruega, a la China, hasta Argentina, a dónde vayas encuentras una arepera. En Barcelona nada más debe haber más de 40 restaurantes que sirven arepas. Pero la arepa, con toda su complejidad, variedad, y fama, no despierta tanta pasión como un tequeño.
De pequeña, observaba a mi madre como a una reina de belleza, otro de los elementos básicos y reconocidos de nuestra cultura con el que no me entiendo tan bien como con el tequeño, pero eso es otra historia. Mi mamá en mis ojos era una Miss Venezuela, lo que la convertía en una criatura extraña e inalcanzable. Su rutina de cuidado incluía unas dietas difíciles de entender, que exigían una disciplina y autocontrol casi suizo. Y todo eso se sostenía hasta que salía la bandeja de tequeños. Y entonces la reina de la belleza se convertía en una humana ante mis ojos. Me encantaba verla comiendo tequeños, disfrutando, sin remordimientos y sin disciplina. Los tequeños me devolvían a mi mamá. “Esto es mi debilidad” decía sonriendo, después de 4 o 5 tequeños.
Cuando vivía en Madrid tuve el privilegio de presentarle a mi amiga argentina Carola su primer tequeño, recuerdo que poco antes de irme me confesó que eso fue de las cosas que más me agradecía en la vida. Y lo entendí. El viernes hablando paja con un amigo francés mencioné la palabra tequeños y vi sus ojos iluminarse como dos grandes bombillos. “I love tequeños”, me dijo. “Everyone loves tequeños” le contesté.
Y es así, no he conocido a una sola persona a lo largo de mi vida que no le guste un tequeño. El tequeño, minimalista y sublime, es amado universalmente. Y además es diplomático. No hay tensión con nuestros hermanos Colombianos. A diferencia de la arepa, el tequeño no lo reclama ningún otro país. El tequeño es tan Venezolano que forma parte de nuestra cultura e identidad como Venezolanos. La calidad de un restaurante o una boda que se empieza a juzgar a partir de sus tequeños. En el 2019, justo antes de Covid, asistí a una boda en Madrid de una distinguida familia Venezolana. Hasta el día de hoy los invitados la recuerdan como la boda en la que no había suficientes tequeños, todo un escándalo social.
Pero lo que más me encanta del tequeño es lo simple que es, y que a pesar de ser solo masa y queso, nadie lo ha podido hacer como los Venezolanos. Porque “palitos de queso” hay miles, y muchas culturas tienen algo parecido, pero ninguno como el tequeño. Los ingredientes de la masa, la manera de envolverlo, el tipo de queso. Todos estos detallitos tan Venezolanos hacen que los tequeños sean un manjar de los dioses en la tierra. Y a mí eso me parece una lección de vida importante. Hasta con las cosas más sencillas, dado los ingredientes correctos y suficiente cariño, uno puede hacer algo demasiado mágico.
Asimismo es. Más alla de nuestra hallaca y nuestra arepa; el tequeño; dicen algunos expertos, originario de la ciudad de Los Teques. Sin duda alguna, es el alimento más venezolano. Y como dices; no hay evento social en Venezuela, que no sea calificado por la calidad y cantidad de este divino manjar.